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Saber responder... y preguntar

 

Algunas aclaraciones previas

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Para entender mejor el sentido de este momento introductorio, conviene distinguir dos aspectos de la apología:

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Táctica: el arte de manejar una conversación sobre la fe con un no creyente o un escéptico.

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Estrategia: los conocimientos necesarios para brindar las razones para la fe cristiana.

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En esta Parte me centraré en la dimensión táctica de la apología. Pero previamente efectuaré algunas aclaraciones fundamentales acerca de aspectos que siempre debemos tener en cuenta cuando entablamos un diálogo para defender la fe:

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​• Nuestros argumentos no pretenden humillar al otro, sino conducirnos a ambos a la verdad. Debemos recordar siempre que sólo somos modestos testigos de esa verdad, no sus dueños.

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• No se trata de una discusión: si alguien se enoja, el puente que quisimos construir se rompe y ambos perdemos la oportunidad de un diálogo que podría haber resultado beneficioso.

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​• Tengamos también en cuenta que no se trata de apabullar al otro con una serie de argumentos, por más contundentes que estos sean. Tratemos un tema por vez. No ganamos nada desplazándonos entre diversos tópicos, sobrecargando de información a nuestro interlocutor.

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​• No siempre ha de buscarse evangelizar explícitamente. Nuestro aporte puede consistir en dejarlo pensando (gracias a la mencionada “piedrita en su zapato”) y permitir que el Espíritu Santo actué con sus propios modos y tiempos.

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• Hay que encarar estos diálogos con una actitud de confianza básica en Dios. Nuestros argumentos están arraigados en la Verdad divina y en la acción del Espíritu Santo.

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​-o-

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La apología no consiste sólo en conocer los argumentos sino también en saber brindarlos, de modo claro y cordial, sin caer en eventuales falacias lógicas ni en intentos de “inversión de la carga de la prueba” de nuestro interlocutor.

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La “táctica de Columbo”[1]

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Las preguntas son herramientas poderosas: inician el diálogo, esclarecen, cuestionan, descubren contradicciones… Tal es el recurso al que recurría el detective de la conocida serie “Columbo”. Con cara inocente y aire despistado desbarataba las inconsistencias de los sospechosos mediante sus incisivos y demoledores interrogantes:

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1ª Pregunta: “¿Qué quieres decir con eso?”, mediante la cual se pide a nuestro interlocutor que aclare una afirmación ambigua.

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2ª Pregunta: “¿Cómo llegaste a esa conclusión?”, que demanda un argumento a nuestro interlocutor, cuando él nos ha proporcionado sólo una mera opinión.

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El principio básico de estas dos preguntas es: Quien hace una afirmación debe demostrarla.

 

Tengamos siempre en cuenta un principio básico en todo diálogo apologético:

quien hace una afirmación debe demostrarla.

 

Veamos algunos ejemplos de diálogos en donde se aplican una de estas dos preguntas (consignaremos en negritas las réplicas adecuadas para cada caso):

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 —No es racional creer en Dios. No hay pruebas.

 —¿Qué entiendes por “Dios”? ¿Por qué es irracional creer en Él? ¿Qué tipo de pruebas aceptarías?

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—Todas las religiones son lo mismo.

—¿Estudiaste religiones comparadas? ¿Por qué crees que las semejanzas son más importantes que las diferencias?

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—La Biblia no es verdadera pues fue escrita por hombres falibles.

—¿Hay algo de verdad en otros libros que leíste? ¿No fueron escritos también por hombres falibles?

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—Está mal forzar tus puntos de vista sobre otras personas.

—Cuando votas por alguien, ¿no quieres que tu candidato apruebe leyes que reflejen tus convicciones? ¿Acaso estas leyes no se aprueban para ser cumplidas por toda la sociedad?

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​—Todas las religiones son básicamente lo mismo.

¿De verdad? Pero si Cristo no es el Hijo de Dios, los cristianos están equivocados y los judíos tienen razón; si es el Hijo de Dios, los cristianos tienen razón y los judíos están equivocados... Hay una gran diferencia si Jesús es el Hijo de Dios o no, ¿verdad?

—Bueno, pero nadie puede saber la verdad sobre la religión.

—¿En qué te basas para creer eso?

—Y… la Biblia ha sido cambiada tantas veces que no es confiable...

—¿Has estudiado la evolución de las antiguas versiones de la Biblia?

—No, nunca la he estudiado…

—Entonces, ¿cómo sabes que la Biblia ha sido cambiada?

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​Moraleja: Cuando sostengan algo procurando refutar nuestra Fe, no nos quedemos intimidados.... Reaccionemos y pidamos que nos fundamenten sus afirmaciones: “¿Cómo sabes que es cierto lo que dices?”​

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-o-

 

​Agregamos aquí un extracto de otra interesante lista de preguntas sugeridas en un sitio sobre misionado[2].

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​Preguntas sobre el significado de la vida / propósito de la vida / identidad / etc.

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¿De dónde crees que vino la humanidad / cuál es nuestro origen?

¿Dónde encuentras sentido en la vida?

¿Cuál es tu destino y cómo lo sabes?

¿Qué le da sentido a tu vida?

¿Crees en un Poder Superior? Si es así, ¿puedes describírmelo? Si no, ¿puedes decirme por qué no?

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​Preguntas sobre la verdad / valores / falsedades / prioridades.

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¿Cómo sabes qué es verdad y qué no?

¿Por qué estás dispuesto a dar tu vida?

¿Cuáles son tus prioridades más altas? ¿Cómo llegaste a estas prioridades?

¿Cuáles son tus sueños para toda la vida? ¿Qué esperas lograr?

Preguntas sobre cómo vivir / cómo debo actuar / qué es correcto o incorrecto

¿Cómo sabes distinguir lo correcto de lo incorrecto?

¿Cómo determinas cómo debes actuar?

¿Existen derechos humanos universales? ¿Qué son? ¿Cómo los determinamos?

¿Hay algo que sea universalmente moral?

¿De dónde vienen el mal?

¿Cuál es la solución al mal en la humanidad?

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​Preguntas específicas para los no creyentes y agnósticos.

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¿Qué puedes decirme sobre el Dios en el que no crees?

¿Cómo describirías a Dios a los demás?

¿Qué sabes de Jesús?

¿Qué crees que el cristianismo suma a la vida de los demás?

¿Crees en algún tipo de poder universal o superior?

¿Has creído en Dios en el pasado? Si lo hiciste y ya no lo haces, ¿por qué dejaste de creer?

Si creyeras en un Dios, ¿qué clase de Dios sería?

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​Desafíos disfrazados de preguntas

 

a) Cuestionar nuestra competencia: “¿Qué te da derecho a decir eso?”

 

Aquí se pretende cuestionar nuestra autoridad o habilidad personal para realizar una afirmación, desviando así la discusión del tema central en cuestión. Por ejemplo:

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—¿Qué te da derecho a decir que la religión de otra persona está mal?

Estrictamente hablando, ésta no es una pregunta sino un desafío que intenta descalificarnos. Quien la formula, quiere en realidad decir: “¿Quién eres tú para decir…?”.

 

Ante esto, hay que procurar retornar al punto en debate:

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—¿Deseas hablar sobre mi autoridad para debatir? ¿No te parece mejor que usemos argumentos?

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b) Transferir la “carga de la prueba”

 

Repetimos que es responsabilidad de quien afirma algo demostrar su punto. Por eso, tengamos cuidado con una trampa habitual en los debates con no creyentes: ¡no seamos víctimas de la maniobra de “revertir la carga de la prueba”! Ésta consiste en vernos retados a dar argumentos en una situación defensiva, sin que hayamos afirmado nada. Veamos un caso con una réplica adecuada:

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—Dios no puede existir por el mal que vemos en el mundo… ¡Demuéstrame que estoy equivocado!


—Es una afirmación terminante… ¿En qué te basas para hacerla?

​

 

 ¡Tengamos cuidado con la maniobra de “revertir la carga de la prueba”!

 Esto es: vernos interpelados para dar explicaciones,

sin que hayamos afirmado nada.

 

​c) Plantear una disyuntiva engañosa

 

A veces nos instan a elegir entre dos o más alternativas igualmente falsas e inaceptables. Cualquier opción que decidamos será un triunfo para nuestro interlocutor. Por ejemplo, podrían desafiarnos con el siguiente dilema: “¿Dios es incapaz de evitar el mal en el mundo o es simplemente indiferente?”

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Aquí ambas posibilidades apuntan por igual a un Dios que no actúa en el mundo, sea porque no es Omnipotente, sea porque no le interesa nuestra suerte. Ambas son caricaturas ajenas al Dios cristiano[3]. Por lo pronto, hemos de declinar responder a la disyuntiva engañosa a la que se nos quiere forzar, manifestando que rechazamos los términos en que está formulada la cuestión.

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 A veces la pregunta que nos formulan

está enunciada en un modo engañoso o ilógico.

Es nuestro derecho rechazar los términos en que está planteada la cuestión.

 

 

[1] Tal como es presentada en el libro ya citado de Gregory Koukl.

[2] https://catholicmissionarydisciples.com/news/astrategy.

[3] Ya volveré sobre esto en la siguiente parte cuando trate el tema del mal.

 

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