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Balance de lo recorrido hasta aquí

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1. Síntesis y valoración

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Iniciamos nuestra itinerario ("Introducción") con una presentación donde nos referimos a la importancia crucial de la apología para la fe cristiana en el mundo contemporáneo; el significado de este concepto para la fe y una sucinta historia de su evolución y surgimientos de diversas líneas apologéticas. Introdujimos a continuación ("El Arte de exponer las razones") los métodos para lograr una conversación satisfactoria y fructífera con nuestro interlocutor, que incluye el arte de saber preguntar oportunamente y la perspicacia necesaria para evitar las falacias eventuales en un diálogo.

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Ya en el tema de los argumentos para “dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15), hemos visto los ítems "Razones para la Fe Monoteísta" y "Razones para la Fe Cristiana". Para recapitular esta serie de argumentos, ensayaremos presentarlos encuadrados en diferentes "senderos": el primero en el “camino de la razón”, mientras que el siguiente transitó, sucesivamente, por el “camino de la evidencia histórica” y el “camino del corazón”. Antes de pasar al último ítem ("Razones para la Fe Católica"), que ya no estará dirigido primordialmente a no creyentes sino a nuestros hermanos separados, hagamos un balance para valorar las fortalezas y limitaciones de cada aproximación. A la par, comprobemos, asimismo, cómo cada una está dirigida preferentemente a cierto tipo de oyente concreto.

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1) Razones para la Fe Monoteístael camino de la razón

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Examinamos distintos argumentos en favor de la existencia de Dios: 1) el argumento cosmológico, que sale al paso de la cuestión de la existencia misma del universo; 2) el argumento del “ajuste fino”, que responde el enigma científico de la multitud de parámetros “finamente ajustados” a fin de que pudiera surgir la vida inteligente. (En estos dos casos concluimos que el cosmos no puede dar razón ni de su existencia ni de sus leyes y finalidad). 3) el argumento moral, que afronta el tema de la existencia de la exigencia ética en la conciencia humana. (Descartadas por incoherente las respuestas escépticas de convención social, opción subjetiva y necesidad evolutiva, se postuló y fundamentó la existencia de Dios como dador de la ley moral); 4) el argumento contra la supuesta incompatibilidad entre el mal y un Dios Bueno y Todopoderoso. (Después de responder las objeciones intelectuales al problema del mal, se presentó la Pascua de Jesús como la solución existencial última a este misterio).

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Transitamos aquí el camino de una apología “clásica”, que prefiere los argumentos deductivos: a partir de evidencias científicas y leyes naturales, desde la cosmología, la biología, la antropología y la ética, se llega a postular como conclusión necesaria la existencia de Dios.

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Antes de seguir adelante, necesitamos hacer una importante recomendación: quisiéramos disuadir enfáticamente de exhibir este camino a aquellas personas que estén atravesando una crisis de fe por causa de su desconsuelo y aflicción ante un suceso cercano de alguna pérdida. Apelar en este caso a argumentos intelectuales a modo de consuelo, sería una tremenda falta de caridad hacia ellos. Quién está en carne viva por un sufrimiento necesita un oído y un hombro, no un silogismo.

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No podremos nunca enfatizar suficientemente la apelación a la sensatez y la humildad de los que aspiren a una apología eficaz de la fe. Ni los caminos de la razón ni los de la evidencia histórica son capaces de ayudar a estos seres humanos mientras permanezcan en ese trance… Tal vez, y sólo tal vez, el camino del corazón sea adecuado en algún caso particular. De todos modos, el criterio habitual a seguir es aguardar que el dolor remita y la persona recupere su capacidad de escucha.

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Esclarecido el punto, consideramos este enfoque especialmente adecuado para quienes tengan dudas intelectuales y un talante inquieto y abierto a conceptos inexplorados. Es recomendable, como regla general, para dialogar con personas del ambiente de la ciencia y la cultura o gente con hábitos intelectuales, que quieran encontrar respuestas lógicas y razonadas.

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No obstante, el hombre de esta época postmoderna, a menudo desencantado del poder de la inteligencia y partidario del relativismo sistemático, verá con desconfianza este camino. En tal caso, será menester primero despejar los "nubarrones racionalistas" de una atmósfera intelectual cerrada sobre sí misma. Será útil para ello recurrir al arte de saber preguntar. Así, antes que pretender que nuestros argumentos lo persuadan en un primer encuentro, procuremos con estos interrogantes, antes bien, introducirle la tan mentada piedrita en su zapato[1].

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2) Razones para la Fe Cristiana: el camino de la evidencia histórica

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Pasamos revista de los variados cuestionamientos recientes acerca de la autenticidad e historicidad de los relatos del NT y la identidad y resurrección de Cristo. Luego presentamos los fundamentos para la tanto de los testimonios históricos sobre Jesús en los Evangelios como de la transmisión de los escritos neotestamentarios. En ese contexto vimos los estrictos criterios para la formación de su Canon. Nos preguntamos en la siguiente sección acerca de la relevancia y singularidad de la persona histórica de Jesús, las profecías del AT que le precedieron, las afirmaciones de Jesús acerca de su propia divinidad, y cómo esta proclamación fue sostenida desde el principio por sus discípulos; también nos referimos a la originalidad de la fe cristiana frente a todo intento de considerarlos como una reedición de algún antiguo relato mítico. Por último, abordamos la cuestión capital sobre la resurrección de Jesús. Cotejando y objetando las inconsistencias de diversas teorías explicativas interpuestas por los escépticos, argumentamos en favor de la “tesis de la resurrección”, mostrando las evidencias históricas, exegéticas y lógicas en su favor, como así también el inexplicable origen de la fe de los discípulos en la resurrección de Jesús.

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Nos encontramos aquí con una apología evidencial, basada en argumentos inductivos. Éstos asumen la evidencia histórica de hechos tomados desde la arqueología, la exégesis bíblica y la historia de las primeras comunidades cristianas. A partir de ellos, yendo de lo particular a lo general, a modo de una investigación detectivesca, se arriba a una suerte de veredicto judicial que dictamina, fuera de toda duda razonable, la verdad de lo que la fe proclama acerca de Jesucristo. 

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Este acercamiento es adecuado para no creyentes de un talante más pragmático que los anteriores, que buscan respuestas empírico-históricas, pruebas que, en cierto modo, pueden ser calificadas de “forenses” y “palpables”. Puede encontrar gente receptiva en ámbitos periodísticos, jurídicos o de investigación históricapolicial (como, lo hemos citado, ha sucedido de hecho en los casos de Lee Strobel y James Warner Wallace[2]).

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No obstante, debe reiterarse que, tratándose de una lógica inductiva, se arriba a conclusiones que, a pesar de ser consistentes y bien fundamentadas, son consideradas de una “alta probabilidad”; así, no poseen el perfecto grado persuasivo que reivindica la apología deductiva clásica para sus silogismos. Las conclusiones de la apología evidencial podrían no complacer del todo a aquellos que busquen certezas que satisfagan plenamente su intelecto.

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Asimismo, hay quienes, demasiado influidos por teorías conspirativas, no pueden renunciar a una mirada de radical escepticismo, y caen en extremos casi paranoicos. Cuando se topan con alguna cuestión polémica de cierta relevancia para su interlocutor, recurren mecánicamente a la cómoda explicación de algún complot mundial oculto. En el caso concreto de la divinidad y resurrección de Jesús, encontrarán abundantes conjeturas en la Red que refieren a alucinaciones de los discípulos, manipulaciones de la Iglesia o plagios tomados de antiguos mitos[3]. En estos casos límite, difícilmente pueda surtir efecto la lógica inductiva, por más lúcidamente que se despliegue. De modo similar a la imposibilidad de convencer con explicaciones racionales a los más exaltados “terraplanistas”, estas personas “conspiranoicas” procurarán refutar nuestros argumentos contestando insistentemente que se trata de conspiraciones para ocultar la verdad, y hasta pueden llegar a acusarnos de “cómplices”. Si al menos podemos mantener el diálogo con tales gentes, probablemente lo mejor será virar hacia caminos que lo involucren personalmente, como el itinerario del corazón.

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3) Razones del corazón para la Fe Cristiana: El camino del corazón

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Principiamos reconociendo la sed de infinito que anida en el alma humana, que ninguna realización ni bien temporal puede acallar del todo. Se plantea que esta sed alude a Dios mismo que la infundió en nuestro ser, y se responde a las objeciones filosóficas y psicológicas de una simple proyección de deseos humanos. Continuamos presentando la dimensión de la hermosura divina como un argumento original, poseedor de un notable potencial de atracción. Esta Revelación bella encuentra su coronación en la Encarnación, existencia temporal y Pascua de Jesucristo. Como profundización de este itinerario apologético, presentamos la monumental “estética teológica” que, a partir de estas nociones, elaboró Hans Urs Von Balthasar, con sus ideas clave de figura, gloria, belleza y amor para narrar cómo Dios se ha manifestado en la historia humana. Como corolario de esta cosmovisión, cerramos este camino presentando la seducción de la fe cristiana como una realidad histórica: es una fascinación concreta y vital que, anunciada ya en las Escrituras, se ve corroborada por los incontables testimonios de conversiones y santidad. Esta muchedumbre de personas transformadas por el “contagio” efectivo de la gracia de Jesús en sus vidas constituye un poderoso testimonio apologético.

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Es ésta una apología existencial y afectiva, que prefiere mostrar antes que demostrar. No hay aquí argumentos que apelen al intelecto, al menos no en el sentido que fue empleado en las dos partes anteriores. El “método apologético” aquí es dejar que hablen por sí mismos la belleza gloriosa de la “figura” de Cristo (en el sentido balthasariano) y el alegato de tantas conversiones, alcanzadas por el amor difusivo del Dios Trino.

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Es un itinerario conveniente para aquellos que estén atravesados por la angustia o el vacío existencial, y anhelen hallar razones del corazón antes que planteos intelectuales. Se trata de personas sensitivas hacia la candidez, la grandeza y el encanto de la creación, y que quisieran dejarse conmover (no convencer) por ese Dios escondido que buscan a tientas. Abrirles la puerta a la belleza deslumbrante y la cordialidad transformadora y contagiosa de Jesús puede darles un giro a sus existencias.

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El “homo faber” de las grandes ciudades se ha vuelto a menudo insensible a estas manifestaciones de amor y gratuidad en su existencia. Están atrapados en una existencia que quieren proclamar totalmente autónoma, regidos por la férrea lógica de relaciones de “debe y haber” y convencidos de no deberles nada a nadie[4]. Si se permitieran un respiro para entablar un diálogo sobre temas de la fe, estas personas difícilmente considerarían la tarea de descubrir la belleza en el arte, el mundo y la fe más que una pérdida de tiempo valioso que habría que invertir en cuestiones más redituables. Una pregunta oportuna y cuestionadora, antes que una sólida presentación, puede, acaso, sembrar una inquietud que detone en el momento oportuno.

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Un comentario final a este apartado: A cada uno de estos tres caminos hemos asociado un cierto tipo de oyente apropiado. Simplificando, se trataría, respectivamente, del intelectual, el pragmático y el sensitivo. Sin embargo, nadie tiene una personalidad tan unidimensional como para que algunos de estos rasgos la describan por completo. Si bien todos tenemos una idiosincrasia dominante, también permanecen en nosotros otros atributos que se manifiestan en mayor o en menor medida. En ciertas circunstancias podemos volvernos más receptivos a una aproximación que antes nos resultaba indiferente. Tener en cuenta esta contingencia nos impedirá encasillar de modo inmutable a nuestro interlocutor dentro alguna de estas categorías.

 

 2. La confluencia de los caminos: el efecto de la “sinergia

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En su interesante obra “Historia de la Apologética” (que ya hemos citado en la 1ª Parte), al pasar revista a las diferentes líneas apologéticas, Avery Dulles da cuenta del método “de argumentación acumulativa”. Este enfoque, muy en boga entre autores católicos desde mediados del siglo XX[5], no recurre a silogismos ni a etapas argumentativas. Propone, antes bien, una “hipótesis que dé una explicación a todos los datos y trata también de mostrar que las hipótesis rivales no consiguen superar este test”. Así, se produce una “convergencia” de signos apuntando a la misma conclusión. Dulles cita la descripción del teólogo evangelista norteamericano Paul Feinberg (†2004), uno de los impulsores de este método: es un argumento amplio con una variedad de elementos objetivos y subjetivos. En ciertos casos “se refuerzan los unos a los otros para fortalecer la argumentación a favor del teísmo cristiano”. Feinberg lo compara con “la documentación que un abogado aporta para su argumento”; su tesis es que “el teísmo cristiano ofrece la explicación más plausible para todos los indicios”[6].

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Habíamos ya propuesto una perspectiva análoga al presentar el método de la "Navaja de Ockham" para el caso de Jesucristo. Podemos también ahora seguir esta línea, examinado todos los temas tratados, para contemplarlos tanto conjuntamente como con su correspondiente extensión y complejidad:

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  • La existencia del universo mismo, con su orden y su evolución

  • Su “ajuste fino” en sus miles de parámetros para el surgimiento de la vida y la inteligencia

  • La conciencia moral del hombre, que, a veces, le exige actuar en contra de su instinto de supervivencia…

  • Las numerosas profecías sobre Jesús, su sabiduría universalmente válida y su pretensión inédita...

  • Su resurrección, punto de inflexión para la vida de sus discípulos y motivo del surgimiento de la Iglesia…

  • La respuesta plena del Dios de Jesucristo a la búsqueda de infinito del hombre

  • La belleza de la historia de la revelación, coronada por el desconcertante gesto de amor en la Cruz…

  • Su efecto “contagioso” en la conversión y santificación de millones de personas a lo largo de la historia…

  • La persistencia de la Iglesia a través de los siglos, con su Palabra y sacramentos, a pesar de sus pecados...

 

Puesto en una sucesión de términos: universo, vida, inteligencia, moral, profecías, singularidad, divinidad y resurrección de Jesús, búsqueda y respuesta, belleza, amor, contagio, conversiones, santidad, Iglesia… 

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Ahora bien, creemos que es posible llevar esta aproximación hasta una instancia superior a una “acumulación de evidencias”. Hemos titulado esta última sección “El efecto de la «sinergia»”. Se verifica una sinergia cuando, al reunir las partes de un conjunto, surge una realidad superior a la mera suma de sus elementos constitutivos[7]. Es típico el ejemplo de cómo un manojo entrelazado de hebras constituye un cordel mucho más fuerte que la resistencia individual de cada una de ellas. ¿Cómo proponemos aplicar este concepto para que valga de conclusión de este recorrido por los argumentos teístas y cristianos?

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Por lo pronto, contemplemos sinópticamente el conjunto de temas que fueron tratados a lo largo de estas páginas y que aquí reunimos. Es una serie de tópicos que, por su capital importancia, demandan algún veredicto. No obstante, su efecto sinérgico nos lleva a sentirnos abrumados por la enormidad de tal tarea. ¿Cómo podemos pretender resolver todos y cada uno de ellos, sino recurriendo, como los escépticos hacen, a una batería de respuestas incompletas, yuxtapuestas e, incluso, contradictorias entre sí?

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Sin embargo, como ya señalamos en el momento del balance al cierre de las evidencias históricas de Jesús, este impresionante desfile de cuestiones también se dilucida con la misma y única respuesta: todos estos factores sólo se esclarecen, simultánea y plenamente, “en el misterio del Verbo encarnado”, según la célebre afirmación de la Constitución Gaudium et Spes (GS 22).

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Pero avancemos aún otro paso. Hemos comprobado recién cómo el poderoso efecto sinérgico de la acumulación de estos misterios capitales puede ser aliviado si asumimos en actitud de apertura la simplicidad de la respuesta cristiana.

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Ahora podemos ensayar el recorrido inverso: examinemos más de cerca los caminos transitados. No se trata de un único surco, sino de una red de argumentos convergentes y convincentes que permiten llegar a verdaderas certezas”[8]. Si bien es cierto que todos estos senderos “conducen a Roma”, es decir, a la misma convicción de la existencia del Dios de Jesucristo, se llega a esta conclusión por una variedad de itinerarios que atraviesan por variados territorios como la cosmología, la biología, la filosofía, la ética, la arqueología, la exégesis bíblica, la estética y la historia.

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Von Balthasar ha logrado con su Trilogía una formidable conjunción entre la estética, la dramática y la lógica de la fe cristiana, en la cual las nociones de verdad y bondad se desarrollan a partir de la belleza. Ha creado así un verdadera “sinergia teológica”[9]. En efecto, los trascendentales de belleza, bondad y verdad han logrado una perspectiva sinérgica de la autoexpresión de Dios hacia el mundo[10].

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Thomas Dubay, por su parte, destaca que ninguna cosmovisión (sea atea o religiosa) ha alcanzado la integralidad del cristianismo. Posee 6 rasgos capitales: 1) se fundamenta sobre bases históricamente sólidas; 2) responde plenamente a los anhelos humanos más profundos; 3) irradia una belleza sobrenatural que excede toda realización humana; 4) posee una coherencia intelectualmente sólida que ninguna otra perspectiva puede igualar; 5) trae a la existencia un impacto transformador y santificante; 6) exhibe la inigualable estatura de Jesús, su fundador[11]. Si estas cualidades tomadas independientemente son notables, unidas en un todo en la fe cristiana, alcanzan una sinergia formidable.

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Recorriendo las diversas perspectivas, pudimos comprobar a lo largo y lo ancho de estas múltiples regiones, que, sin importar dónde o cuán profundo se excavara en pos de respuestas, era siempre posible encontrar amplios yacimientos de verdad, belleza y bondad divinas. Así pues, ante tan rico y variado paisaje de las razones para la fe cristiana, también podemos apreciar el impacto de semejante conjunción sinérgica.

 

Sin embargo, no se trata ya del desasosiego de quien duda poder hallar la respuesta ante la amplitud de los interrogantes. Ante el poder persuasivo de la evidencia, experimentamos, antes bien, una gozosa y creciente certeza. Sea que anide inicialmente en nuestro corazón o nuestra mente, esta sensación de vértigo va cediendo su lugar al puro sentido de la maravilla de la Revelación del Dios Trino.

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He procurado proporcionar a los lectores un conjunto de herramientas a las cuales recurrir cuando seamos instados a defender nuestra fe. Pero, más allá de los recursos que hemos compartido, debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a profundizar en el misterio inagotable de la fe, a la vez que a discernir los momentos adecuados para preguntar en lugar de responder, dar razones en lugar de callar, escuchar en lugar de discutir…

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Hemos de asumir que, durante este tiempo de peregrinación en la historia hacia la plenitud en la Venida en Gloria del Señor, seguirán suscitándose dudas propias y ajenas, y deberemos seguir lidiando con cuestionamientos y disputas. Sólo en aquel momento definitivo cesará toda incertidumbre: “...yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquel día no me harán más preguntas” (Jn 16,22-23).

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Pero no podemos recurrir a esta promesa escatológica como excusa para relegar el mandato que el mismo Jesús nos ha dado antes de retornar al Padre: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”. Para que supiéramos que no sería ésta una tarea exclusivamente humana, concluyó este precepto con una promesa solemne: “…yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

 

[1] Véase en la 1ª parte (Introducción) la sección c: “El arte de la conversación apologética”.

[2] Véase en la 3ª Parte: “Hipótesis alternativas y la “navaja de Ockham»”.

[3] Véase en la 3ª Parte: “Originalidad de la fe cristiana ante los antiguos relatos míticos” y “Hipótesis alternativas y la “navaja de Ockham»”.

[4] Cf. Bollini, C., El acontecimiento de Dios, p. 39s; Un Dios Desconcertante, Córdoba, 2014, p. 50s.

[5] Dulles, A., Op. Cit., p. 415.

[6] Ibid., p. 409.

[7] En términos del Diccionario de la Real Academia Española, la sinergia es la “acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”.

[8] CIC 31.

[9] Aran Murphy, F., Op. Cit. p. 10 (la autora usa figurativamente el término técnico médico “sinestesia” y “sinestésico” para referir la Trilogía balthasariana; consideramos más apropiado hablar de sinergia).

[10] Ibid., p. 14.

[11] Dubay, T., Op. Cit., p. 16.

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